Maestros, ¡vuelvan!

 

        Maestros, ¡VUELVAN!                                                                                                                                                                                                                                          Mónica Lackington F.

Tal vez, algunos recuerden a algún profesor que valoraron en su educación. Puede ser por lo que les enseñó o aconsejó en un momento importante o porque, sencillamente, los hizo sentir cómodos y especiales. Pero hay otros, que más allá de estas cualidades, nos “formaron” dándonos la confianza que necesitaríamos para toda la vida.Tuve esa experiencia en la Universidad.

Estaba realizando un trabajo de investigación literaria sobre el tema del tiempo en la novela Pedro Páramo. Olga, que así se llama mi profesora, me esperaba semanalmente en su departamento de Pedro de Valdivia, con la tetera recién hervida y todo tipo de manjares y golosinas. También, estaban sobre la mesa de comedor, unos cuantos libros que podrían servir para el trabajo.

Las sesiones consistían, por mi parte,en revisar mis apuntes y por la suya, en darme a conocer la importancia de los nuevos textos. Como yo ya no asistía a clases, me costaba un mundo con mis veintitantos, sentarme a leer aquellos libracos densos, algunos filosóficos, y, más aún, registrar notas en las desaparecidas “fichas” que se utilizarían para la tesis. Me pasaba el tiempo en otros menesteres artísticos y me apuraba en realizar estos deberes cuando ya estaba encima de la próxima la cita.

En aquellas reuniones, que duraban más de un par de horas, ella intercalaba mis análisis, con cuestiones como:

“¿Qué es para ti el tiempo?”, entonces, tomaba la novela de Rulfo y leía:

“No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo”. (PP. Pág 21)

Yo contestaba seguramente tonteras, pero sentía suspenderse el sentimiento de indefensión frente a lo tremendo de la literatura y de la existencia.

Su quietud y entusiasmo iban sembrando mi curiosidad, sus preguntas me llevaban a reflexionar sobre lo literario y el misterioso fenómeno del tiempo. Ella tenía la habilidad para relacionar contenidos con la profundidad de la vida y me dejaba desarmada con sus interrogantes o vibrando con versos o citas que recitaba con toda gracia y soltura.

Salía de ahí ansiosa por escribir, relacionar mis ideas, comprender las inquietudes humanas que suelen habitar en ciertas obras literarias. 

Acompañábamos esas tardes con tazas de café recién preparadas, mientras veíamos el sol ahogarse en la penumbra como nuestras preguntas en la ignorancia.

Me sentía tan cómoda y valorada, mis ideas tenían asidero y si no, buscábamos juntas verdades que nos dejaran conformes. Disfrutábamos de la íntima belleza de lo literario:

“…Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada…” (PP. pág 21)

Había siempre un cariño enorme al recibirme y otro mayor, cuando ya cargada de libros, me despedía…

Así pasamos más de tres años hurgando en las preguntas y conociéndonos en los silencios.

Pero al volver a mi rutina, la realidad era otra. Las personas me increpaban en esta demora por finalizar mis estudios, hasta se atrevían a decir con propiedad “¡Termina de una vez!”

Esa pesadumbre era difícil de cargar, yo evitaba el tema. Solía, como el mismo Rulfo (que mintió hasta el final con que escribía una novela para que lo dejaran en paz), recurrir a una, para aliviarme de esa incomodidad,diciendo:“¡Ya está casi lista!”

En mi trabajo,tenía mucho adelantado, pero me faltaba el valor para navegar por las respuestas y para darle cuerpo a aquellas inquietudes.

Mi querida Olga, me recibía con otros libros y yo solo allí parecía estar a gusto con la tarea, ya que avanzábamos por otros mares que nos llevarían a otros océanos. Ella nunca me desestimaba, al contrario, me  animaba a terminar con lo que ya había aprendido.

(Con los años, me confesó que mi padre le hizo una llamada telefónica para que agilizara este proceso porque ya se estaba alargando demasiado).

Recuerdo que comenzaba a sentirme cada vez más disminuida y en desventaja con mis pares y que esto fue el impulso para sentarme a escribir y no detenerme hasta terminar. Las palabras fluían fácilmente, acompañadas de citas, fragmentos del libro; los subtítulos calzaban con el contenido y las ilustraciones le daban originalidad a la tesis.

Pasé días en eso y luego tomé el trabajo, lo metí en una carpeta y lo eché bajo la puerta del departamento de Pedro de Valdivia,con una nota que decía : "Eso es todo". Estaba  satisfecha y ansiosa, esperando su opinión.

Al poco rato, recibí su llamada y quedamos ambas felices.

La vida se encargaría de convertirnos en familia,al ser la madrina de mi hijo Emilio, amiga de mi otro hijo Benjamín, mi crítica literaria y consejera de la vida.

La amistad que se había forjado entre su hermana Kitty y mi abuelo poeta hace décadas, se prolonga en nosotras hasta el presente como una nutritiva y maravillosa realidad.

¡Gracias por todo, querida maestra!

Comentarios

  1. Mónica, que bueno que volviste a tus escritos. Me encantó tu relato, lo sentí como si hubiese estado presente. No tuve la linda experiencia tuya, probablemente por que mi aproximación con el conocimiento fue distinta, pero no cabe duda de la importancia de los grandes maestros, que buena idea reflotarlo. Continúa con tus escritos

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  2. Excelente Moniq, entretenida lectura, y el libro me imagino ya lo estás escribiendo, tienes historias de sobra.

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    1. Gracias Claudio y Paulina por leer y comentar, un abrazo!

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  3. Creo que es de las cosas que más he disfrutado leyendo. Está hermoso, dan ganas de que siga...esas tres líneas (y todo el escrito tb) merecen aplauso,

    me encanta ésa síntesis entre la sabiduría y lo cotidiano, cada vez la logras con más elegancia.



    Gracias por compartir,

    Besos,

    Emilio.

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  4. Que lindo relato Moni y que afortunada de encontrar una persona en el camino que no solo te entregó conocimientos, sino tiempo, inspiración y cariño, una maestra de vida en tu camino. Relato motivador para pensar tambien en la posibilidad de ser maestros para otros.
    Cariños

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  5. Monica que linda experiencia y que linda tu capacidad de poner en palabras tus vivencias y emociones.

    Me identifique con esa brecha, que a veces es tan dificil de sostener, entre el mundo exterior y la vida emocional que "se va conociendo en los silencios" (que linda frase!).

    Me quede pensando en la diferencia entre una maestra y una profesora y definitivamente coincido contigo " Maestros, Vuelvan!"

    Besitos y gracias por compartir

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  6. Excelente relato, querida Mónica. Que gran diferencia hay entre un profe y un verdadero maestro o maestra. Estos enseñan más que una materia, enseñan en mayor o menor medida a vivir y a armonizar con el entorno. Mi abuela materna fue profesora rural en un pueblito perdido en la cordillera, al interior de Ovalle, y ella era profesora y madre de sus alumnos y alumnas, generalmente muy humildes. A los noventa y cien años, sus alumnas aún la recordaban con cariño. Gracias por enaltecer y recordarnos que ciertos seres de luz nos marcaron definitivamente en muchos aspectos, los grandes maestros y maestras que tuvimos la dicha de conocer. Eque

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